Ella caminó
hacia la cocina aún con los ojos cerrados y aunque preparar el café en la
mañana era un rito repetido cientos de veces de manera somnolienta, ahora había
que prestar mayor atención al caminar ya que la muñeca de Elisa nunca estaba en
el mismo lugar y era muy fácil estrellarse con ella.
Desde que
se conocieron Él siempre se despertaba primero que ella, pero guardaba silencio
hasta el momento oportuno, aún encontraba esa pequeña felicidad en despertarla
día a día. Ella fingía siempre necesitar quince minutos más de sueño, incluso
aunque ya fuera tarde. Él jamás aprendió a negarse cuando ella pedía por favor.
Ella además
de la maraña en su cabello, vestía la playera blanca sin mangas y el pantaloncito
rosa que él regaló. Al llegar a la cocina todo era un desastre incluso peor que
su cabello, pero la regla era clara, los viernes en la noche no se limpiaba en
esa cocina, una tregua justa a cambio de que él cocinará la cena dos noches a
la semana.
A cada
minuto que pasaba ella se sentía con más hambre, a cada segundo que pasaba él
la encontraba aún más bella. Ella se recogió el cabello en una coleta y volteo
a verlo. Supo entonces que había estado
siendo observada los últimos minutos, se sintió amada y sonrío.
-¿Qué
piensa mi señora? - preguntó él.
Ella se mordió
el labio inferior, y contestó con otra pregunta
-¿Ya me
cree que esto es real?
Él sonrío.
Ella siempre había tenido razón.